Una familia que no camina sola

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La familia ha caminado durante 11 kilómetros. Cada paso que dan parece más duro que el anterior para las dos niñas. Habían estado caminando desde las 6 de la mañana, con cientos de kilómetros aún por recorrer.

Las dos pequeñas niñas estaban acompañadas por su mamá, su tío y la abuela. No caminaban por diversión, sino por necesidad. Esta familia era solo un grupo de miles que viajan a pie a lo largo de la Ruta de Caminantes, que lleva a los viajeros desde Venezuela a Colombia, Perú, Ecuador y, a veces, hasta México.

Mientras caminaban, el sol golpeaba con inclemencia, el sudor les recorría el cuello. Ni siquiera la frazada con la que la abuela se cubría la cabeza y el rostro podía protegerla del calor abrasador. Aún así, Lorena y su familia siguieron adelante.

En asociación con la Acnu, Bethany ha establecido sitios de descanso estratégicamente en toda Colombia para ofrecer ayuda a los Caminantes. En cada sitio de Bethany, ofrecemos asistencia de emergencia: primeros auxilios materiales, primeros auxilios psicológicos, zapatos, ropa, un teléfono para hacer llamadas a la familia, asistencia legal, comida y agua.

Algunos hacen este agotador viaje a pie una vez en la vida para escapar de la pobreza y la violencia en Venezuela para siempre. Otros pueden caminar de un lado a otro varias veces para bodas familiares, nacimientos y muertes. No importa el motivo, la caminata nunca se vuelve más fácil.

La mayoría no puede pagar un automóvil o pasajes de autobús, por lo que caminan, hacen la parada a un automóvil cuando es posible, duermen al costado de la carretera, en un camino de tierra o debajo de los puentes a medida que avanzan.

El viaje más corto es de aproximadamente 500 kilómetros y puede tomar más de 3 meses a pie. La caminata consiste en carreteras estrechas y sinuosas, subiendo y bajando puertos de montaña, a través de climas extremos.

El viaje sería peligroso para cualquiera, especialmente para una madre joven y sus hijas. La ruta está plagada de pandilleros, narcotraficantes, secuestradores, traficantes, animales y el clima inclemente. El equipaje es estratégico. Los viajeros solo toman lo que pueden llevar. Es un desafío prepararse para temperaturas superiores a los 90 grados a lo largo de los caminos más bajos y para las noches frías que descienden por debajo de los 50 grados en los pasos de montaña.

Cuando vimos a la familia de Lorena, las dos pequeñas niñas nos llamaron la atención. Estaban descansando en el arcén de una carretera estrecha, visiblemente acaloradas y exhaustas. Los trabajadores sociales de Bethany estacionados a lo largo de la ruta están capacitados para identificar a los caminantes en apuros. Están atentos a aquellos que sufren física, mental o emocionalmente. Nuestra misión es demostrar el amor y la compasión de Jesucristo ofreciendo ayuda y protección a quienes más lo necesitan.

Esta familia lo necesitaba.

Lorena y su familia habían tomado un autobús desde su ciudad natal en Venezuela hasta la frontera con Colombia el día anterior. En lugar de dejarlos en la parada del autobús, el comprensivo conductor hizo una excepción. Los llevó unos cuantos kilómetros más y los dejó lo más cerca posible del río para que pudieran cruzarlo en canoa. Este acto de bondad les ahorró horas de caminata.

Cuatro horas más tarde, estaban tomando su primer descanso cuando el equipo de Bethany los vio. Nos acercamos a Lorena y le preguntamos si podíamos caminar un poco con ellos. Con escepticismo, ella estuvo de acuerdo.

Mientras caminábamos, le hicimos unas preguntas a Lorena, ella respondió y nos contó su historia. Había curación en la conversación. Sintió que era vista, escuchada y comprendida. Ella compartió: “No estoy segura de cuánto caminaremos hoy. Estamos cansados. Anoche dormimos en la calle. Pero vamos en camino… Sé que el viaje será duro, pero quiero darles una vida mejor a mis hijas”.

Lorena tiene 28 años y es madre soltera de dos niñas: Valentina, de dos años, y Ana, de cuatro. Caminaban con la abuela, la madre de Lorena, y su hermano menor de 16 años, quien había dejado la escuela años atrás para acompañar y proteger a su madre en sus viajes hacia y desde Venezuela.

Esta era la segunda caminata de la abuela a Ecuador. Su hija mayor ya se había mudado allí y recientemente había regresado a Venezuela para ver a su padre enfermo. Pasó tiempo con su familia, descansó y se recuperó del viaje.

Después de unos meses, estaba lista para hacer el agotador viaje de regreso. Esta vez para ayudar a Lorena y a sus nietas a hacer el viaje. La abuela también necesita trabajar mientras se encuentre en Ecuador para reunir 150 dólares para ayudar a pagar la cirugía de su padre. Escuchar esto es estremecedor. No parece mucho dinero, pero para ella no es fácil conseguirlo y lo necesita desesperadamente.

Lorena empacó lo que pudo llevar en una lona que parece una funda de almohada. No llevaría juguetes, ni osos de peluche, ni artículos de tocador. Su equipaje consistía en mantas y una muda de ropa para cada una de las niñas.

Muchos que vienen de Venezuela encuentran refugio en Colombia. Pero, como la hermana de Lorena ya estaba radicada en Ecuador, hacia allí se dirigían. Allí tendrían refugio y apoyo. Le preguntamos a Lorena cómo planeaban llegar a Ecuador. Ella respondió simplemente: “Caminaremos”. Fue determinada en su respuesta y compartió con nosotros sus esperanzas para su nueva vida.

Lorena planea usar la cocina de su hermana para hornear empanadas para vender en la calle. Estaba entusiasmada con la posibilidad de obtener ingresos. “Mi hermana está bien. Sus hijos están en la escuela. Hay esperanza. En Venezuela no hay trabajo. Intentaría vender cosas en la calle, pero nadie tenía dinero para comprar. En Ecuador hay plata y la gente va a comprar”. Sus ojos se iluminaron cuando habló sobre la posibilidad de que sus hijos se inscribieran en la escuela y tuvieran la oportunidad de recibir una educación.

Mientras caminábamos, podíamos escuchar las rocas y la grava crujiendo debajo de los zapatos. Éramos muy conscientes de que las chanclas de plástico que cada uno de ellos usaba no eran ideales para la caminata de 500 kilómetros que estaban decididos a completar.

Ver caminantes con zapatos improvisados, atados con una cuerda o caminando sin zapatos con los pies ampollados y sangrando es algo común en esta ruta. Pero el dolor vale la pena para ellos. Así, caminan con lo que tienen… o no tienen.

Le preguntamos a Lorena si tenía miedo. Ella dijo que no. “Rezo todo el día. Le pido a Dios que las personas del camino nos abran el corazón, que nos lleven, que nos den algo de comida o dinero para un viaje en autobús. Él está con nosotros en este viaje”, dice ella.

El hermano de Lorena cargaba a su sobrina pequeña, Valentina. Ella estaba exhausta y dormía sobre su hombro, sin que los insectos ni el sol la molestaran. Aunque hizo que la caminata fuera mucho más difícil para él, no le importaba cargarla. Era más rápido, y tenían un largo camino por recorrer.

Luna, la perrita de la familia, trotaba y jadeaba al lado de Lorena y la abuela. La mayor parte del tiempo Ana la cargaba. Lorena explicó que Ana no quería irse de Venezuela. A los cuatro años, le pidieron que dejara todo lo que tenía.

Ella accedió al viaje, no por las promesas de un divertido viaje por carretera y estadías en hoteles, sino sólo si su perra, Luna, también podía venir. El coraje de esta niña nos conmovió. Ella seguía caminando sin quejarse.

Cada miembro de la familia llevaba algo: una lona sin asas ni correas, un niño, un perro de la familia o una botella de agua. No tenían cochecito, ni maleta con ruedas, ni mochila. Caminaban y cargaban todo lo que tenían. Nuestro ritmo era uniforme, no nos movíamos lentamente, pero teníamos cuidado de no esforzarnos demasiado. Había semanas de marcha por delante.

Lorena y su familia no esperaban ayuda de nosotros ni de nadie más. “Si alguien puede ayudarnos, genial. Si no pueden, está bien. Lo entendemos.”

Después de once kilómetros de caminata, llegamos a la camioneta de Bethany estacionada junto a la carretera. Les ofrecimos llevarlos por un tramo del camino. Pudimos ver su escepticismo y sorpresa. Pero una vez que se dio cuenta de que nuestra oferta era sincera y que su familia estaría a salvo, el alivio se apoderó de ella y aceptó.

Cuando llegamos al sitio de descanso de Bethany, se acostaron para protegerse del calor. Comieron algo de lo que llevaban en sus maletas, y las niñas pequeñas incluso jugaron un poco. Nos alivió saber que tenían documentos válidos que confirmaban que estaban en Colombia legalmente. Esto significaba que se les permitiría subir a un autobús. Nunca olvidaremos la alegría y la conmoción en sus rostros cuando les ofrecimos llevarlos a nuestro próximo sitio de relevo, a cuatro horas en automóvil. Sorprendidos por la oferta, continuaron preguntando: “¿En serio? ¿Esto realmente está sucediendo?” El viaje en la camioneta les ahorraría de cuatro a cinco días de caminata.

Cuando llegaron al segundo lugar de descanso de Bethany, fueron recibidos con una comida caliente, la primera desde que salieron de Venezuela. Aquí les ofrecieron un segundo pasaje de autobús a Bogotá. Fue un viaje de 12 horas durante la noche, una distancia que les habría tomado meses de caminata.

En Bogotá, la familia descansó brevemente, preparándose para caminar la parte final de su viaje. Sin embargo, Dios, como suele hacer, tenía otros planes. Fueron bendecidos con la ofrenda de un último pasaje de autobús a la ciudad en la que se encuentra la hermana de Lorena en Ecuador.

Un viaje de tres a cuatro meses a pie se convirtió en un viaje de 36 horas en autobús. La amabilidad y la compasión de los demás salvaron a estas niñas y a su familia de meses de desnutrición, deshidratación y una caminata larga, calurosa y peligrosa.

¿Y el costo total del viaje? 133 dólares. Eso es todo lo que se necesitó para cubrir el transporte y la comida de toda la familia en el camino. ¿Qué son 133 dólares para algunos? ¿Una cena fuera? ¿Una noche de cine? ¿Una juerga de compras? Para otros, significa una cirugía o un pasaje de autobús.

Algunos caminan por diversión, con mochilas llenas de cosas, calzado adecuado, agua limpia y cámaras caras. Pero en todo el mundo, los refugiados caminan para sobrevivir, con la esperanza de que el destino les depare algo mejor.

La red de sitios de descanso de Bethany a lo largo de la Ruta de Caminantes da la bienvenida a aproximadamente 1.000 personas por día. Aunque no podemos ayudar a todos, estamos agradecidos por la diferencia que hicimos para Lorena y su valiente familia.

Su viaje seguro fue posible gracias a la familia de donantes, voluntarios y personal de Bethany, dedicados a servir de la misma forma en que nos insta Cristo a todos.

Estamos agradecidos por aquellos que dan generosamente para proporcionarle a un extraño en todo el mundo un pasaje de autobús, una mochila con víveres y otros suministros necesarios. Estamos agradecidos por aquellos que oran y caminan en espíritu junto a niños y familias vulnerables.

6 millones de personas han salido a pie de Venezuela por el hambre, la pobreza y la violencia desde 2015. Hoy agradecemos que no caminen solos.