Los planes de vida que Dios tenía para mi y para mi hija
Gloria, cuyo nombre completo no se revela por motivos de privacidad, es una mujer estadounidense que había enfrentado una adicción a los opiáceos formulados.
En su etapa de recuperación, Gloria recibía metadona (un opiáceo sintético que sirve como terapia de mantenimiento en procesos de desintoxicación frente a opiáceos más fuertes como la heroína y la morfina), pero además quedó embarazada y no estaba segura de poder enfrentarse a los desafíos de la maternidad a una edad tan temprana, tenía 20 años, y justo en medio de su proceso de recuperación de adicción a los opiáceos.
En medio de una situación profundamente angustiante, Gloria encontró el apoyo de los consejeros de Bethany, quienes le brindaron las herramientas necesarias para tomar la decisión más favorable tanto como para ella como para su niña que venía en camino. Hoy, 8 años después, Gloria se siente feliz y tranquila por las decisiones que tomó para darle un mejor futuro a su hija. La siguiente es la historia de Gloria, contada en sus propias palabras:
El día que nació mi hija, fue directamente a la NICU (Unidad de cuidados intensivos neonatales) para ser monitoreada por la abstinencia de la metadona. Sé lo que es sentirse enfermo con síntomas de abstinencia, y fue horrible saber que mi consumo de sustancias en el pasado le había causado estar allí.
Había estado tomando metadona para tratar mi adicción a las pastillas para el dolor*. Tan pronto como supe que estaba embarazada, quise dejar la medicación, pero las enfermeras de la clínica me advirtieron que detenerla en el primer trimestre aumentaría mi riesgo de aborto espontáneo, y aumentaron mi dosis. Cada día, mientras caminaba la hora y media desde y hasta la clínica de metadona, me preocupaba y pedía a Dios “por favor no dejes que esto afecte a mi bebé”.
Los planes que Dios tenía para mí
En 2013, tenía 20 años, estaba recién divorciada y me quedé con el padre del bebé, que también estaba usando drogas. Cuando supe que estaba embarazada, le pregunté: “¿Qué vamos a hacer?” Su primer pensamiento fue sobre el dinero. Dijo que su abuela ayudaría, y supe entonces que planeaba utilizar al bebé para recibir dinero que podría usar para drogas. Me dio 25 dólares y no dijo nada más sobre el embarazo.
A partir de ahí, entré en una profunda depresión. Un día, mientras conducía sin rumbo, preguntándome qué hacer, usé el GPS para encontrar la clínica de aborto más cercana. Cuando entré en el estacionamiento, lo veía todo en cámara lenta. Incluso el aire se sentía espeso. Miré de nuevo el GPS, y cada pelo de mi cuerpo se puso de puntas cuando vi la siguiente dirección en la pantalla: “Haz un giro en U”.
Al lado de la clínica de aborto estaba el centro de recursos para el embarazo donde descubrí que estaba embarazada. Entré y pregunté si había alguien con quien pudiera hablar sobre mis opciones. Una consejera de embarazo me escuchó mientras le decía todas las razones por las que no podía tener un hijo en este momento: estoy tomando esta medicina. Básicamente soy una vagabunda. No puedo cuidar de un bebé.
Pregunté si podían darme la píldora del Plan B (Levonorgestrel, que es la píldora del día después), pero a los casi tres meses, era demasiado tarde para eso. Hasta ese día, siempre pensé que el aborto era simplemente quitar un poco de tejido. Pero entonces la consejera me entregó un modelo de goma de un bebé al mismo nivel de desarrollo que el mío. Cuando vi que mi bebé tenía ojos y manos me rompió el corazón. Le pregunté: “¿Qué hago?”.
Me dio una tarjeta para Bethany y me dijo: “Creo que pueden ayudarte a pensar las cosas”.
Antes de irme, me dijo: “Espera, déjame darte algo más”, y me entregó una tarjeta con el versículo Jeremías 29:11 en él—“'Porque sé los planes que tengo para ti’, ‘declara el Señor’, planes para prosperarte y no para hacerte daño...'”,
Guardé esa tarjeta en mi bolsillo y la sostuve cerca. Cuando dejé a mi novio y me mudé a un refugio, puse ese verso en la pared donde podía verlo todos los días.
Planes para no dañar
Había oído que el refugio no me dejaría quedarme si sabían que yo estaba usando metadona. El programa de recuperación de la clínica requería que los participantes vinieran en persona para la dosis diaria del medicamento rojo y líquido (a medida que te acervabas a la recuperación completa, te permitirían llevarte a casa dosis adicionales durante los fines de semana y días festivos). Yo no tenia auto, así que me levantaba antes del amanecer y comenzaba el largo camino hasta la clínica para poder estar allí cuando abrieran. Eventualmente una mujer que trabajaba en el refugio notó mi rutina y me preguntó por qué me levantaba tan temprano, y le dije la verdad. Ella dijo, “Tendré que revisarlo, pero no creo que puedas quedarte”. Yo no sabía lo que iba a hacer.
Salí a caminar a la clínica, sintiéndome sola y cansada de todo. Saqué mi teléfono y llamé a mi padre. Honestamente, ni siquiera estoy segura de por qué lo llamé; no estábamos en los mejores términos en ese momento y no habíamos hablado en un tiempo. Le dije que no podía hacer esto más, y quería ponerle fin. Todavía estaba en línea, caminando por una carretera concurrida, cuando sentí el impulso de saltar frente a un auto que pasaba. La fuerza del viento me tiró hacia atrás, y recuerdo que pensé: “ni siquiera esto puedo hacer bien”.
Vi un camión adelante, pero tan pronto como empecé a dar unos pasos en esa dirección, la bocina sonó fuertemente. El camión se detuvo, y mi padre salió y corrió hacia mí. Estaba en su camión de trabajo, conduciendo su ruta diaria. Cuando contestó su teléfono ese día, no tenía idea de por dónde yo caminaba. Más tarde me dijo que sabía que Dios lo había puesto allí en ese preciso momento. A partir de entonces, oró específicamente, pidiéndole a Dios que le mostrara cómo ayudarme con todo lo que estaba pasando.
Todavía tenía la tarjeta con el número de teléfono de Bethany. Llamé y hablé con Caitlin, una consejera de embarazo. Ella dijo, “Ven, hablemos. Puedes decidir lo que quieres hacer”. Vine a la oficina y la conocí en persona, y ella habló conmigo acerca de ambas opciones, la crianza y el plan de adopción.
Ya tenia como cinco meses de embarazo para ese entonces y me estaba quedando en la casa de mi padre. Pensé que probablemente elegiría la adopción, pero no había tomado una decisión final. La idea de ser madre me abrumaba. De elegir ser madre, empezaría con casi nada. ¿Por dónde empezaría? Las incógnitas empezaban a hacerme sentir deprimida de nuevo.
Planes para dar esperanza
Durante las siguientes semanas, Caitlin envió correos electrónicos a las posibles familias adoptivas para tratar de encontrar candidatos correctos. También me envió libros de perfil de potenciales familias adoptivas, yo los hojeaba sin leer realmente; había mucho que considerar.
Aprecié que Caitlin me diera mucho espacio. Cuando me llamaba, siempre preguntaba por mí, “¿Cómo estas?”, nunca me presionaba con “¿Qué has decidido?” Un día llamó para decir que otra pareja había respondido a su correo electrónico. “¿Quieres ver su perfil?”, preguntó. Yo dije que sí.
Algunas cosas me llamaron la atención. Me di cuenta de que la pareja criaba pollos y conejos. Eso es bueno, pensé. Me gustan los animales. Noté una breve mención de que no eran capaces de tener hijos. Y cuando volteé a la parte de atrás de su perfil, me di cuenta del verso que eligieron resaltar: Jeremías 29:11 “... planes para darte una esperanza y un futuro.”
Cuanto más aprendía sobre ellos, más confiada estaba en elegir a esta pareja para mi hija. Él era bombero, y cuando ella estaba pasando por quimioterapia para el cáncer, todos los bomberos de su distrito se afeitaron la cabeza en solidaridad. Para que tuvieran ese tipo de amor y apoyo, sabía que debían ser buenas personas. Le dije a Caitlin que quería conocerlos.
Mi papá vino conmigo a esa reunión, y me pareció bien comenzar un plan de adopción con ellos. Los invité a mis citas prenatales, y le pedí a la madre adoptiva que se nos uniera a mi mamá y a mí en la sala de partos. Cuando mi hija nació en 2014, mi padre y Caitlin también estaban allí, esperando en el hospital. De muchas maneras, yo no estaba sola.
Planes para el futuro
Una cosa que recuerdo de ese día fue que todos estábamos llorando, pero por diferentes razones. Mi doctor, que conocía las circunstancias, pidió a todos que abandonaran la sala de partos y me dijo: “Su cuidado es importante para mí; usted no tiene que seguir adelante con la adopción si no quiere”. Le agradecí y confirmé que esto era lo que quería hacer.
Otra cosa que recuerdo es que las enfermeras de la Unidad de cuidados intensivos neonatales me preguntaron cuántos miligramos de metadona había estado tomando. Se sorprendieron de que mi número fuera tan alto en comparación con los niveles bajos en el sistema de mi hija: habían visto bebés entrar con niveles más bajos que el de ella, que lo pasaron peor durante la abstinencia. Pensé en todas las veces que le había pedido a Dios a lo largo de esa larga caminata hasta la clínica. Dios me oyó, y respondió a mi oración. Eso me dio la confianza que necesitaba, sabiendo que si esta bebé podía dejar de depender de la metadona, yo también podría.
Mi hija tendrá 6 años esta primavera. Me alegra ver cómo sus padres la han criado, está cantando en el coro de la iglesia y jugando al fútbol. Hablo con ellos y nos enviamos mensajes de texto, y puedo reunirme con ellos cuando quiera.
Hoy, estoy libre de drogas en mi cuerpo. Estoy casada, con dos hijos biológicos y dos hijastros. Y todavía tengo pensamientos y emociones que procesar sobre ese momento difícil en mi vida, incluyendo mi decisión de hacer un plan de adopción. Esa es una experiencia que la mayoría de las personas simplemente no entiende. Recientemente, mientras estaba pasando por una ola de emociones, quería hablar de mi experiencia con otras madres biológicas que lo entenderían. Caitlin me había dicho hace años que podía contactar a Bethany en cualquier momento, así que me llené de valor y contacté a Bethany. He estado trabajando con Lizzie, una consejera de mi sucursal local, para conectarme con un grupo de apoyo.
Cuando estaba embarazada y quise un plan de adopción, las personas me decían que necesitaba pedir perdón por “abandonar a mi criatura”. Querían que me sintiera avergonzada, pero Lizzie me ayudó a superar el dolor de sus palabras asegurándome que yo no tenía ninguna razón para sentir vergüenza. Me alegro de que mi historia haya tenido tantas “coincidencias” en las que Dios apareció en maneras que sólo El puede hacerlo. La gente que decía esas cosas conocía toda mi historia, pero yo sabía lo que Dios había hecho en mi vida y al encaminar la vida de mi hija. Ahora mi visión es seguir contando esta historia para que otras madres biológicas sepan que no están solas.
Con información de Bethany US.